A mi prima Mari Tere y a sus hijas. A todos los nietos y bisnietos de mi tía Ana Hinojosa (q.e.p.d.)
La tía Anica
¡Hay que ver cuánto tiempo sin darnos una vuelta! -decía al darme un beso y achucharme- ¡Si estás mucho más grande! Y volvía otra vez a sus tareas, escondidos sus ojos inservibles tras de sus gafas negras.
Sentada al sol, el ovillo de lana en su bolsa de tela, tejía con destreza algún jersey sumida en las tinieblas. Y en la más negra noche, cosió y planchó la ropa, cocinó junto al fuego, fue el alma de su hogar… sin que nunca jamás brotase de sus labios una queja.
Un día voló alto, por donde las estrellas, surcando el cielo azul. Un día voló alto y sus ojos se abrieron para siempre a la luz. Descansa en paz, Anica, repetía la gente al santiguarse. Descansa ahora en paz, querida tía: huyó por fin la noche, bienvenido sea el día.