El reconocido arquitecto Rafael Manzano cuenta cómo conoció a su mujer en Alhama

Revista de prensa


“Un verano se empeñó en ir a Alhama de Granada. Allí conocí a mis dos primas. Una de ellas murió muy pronto y la otra fue mi mujer”.

La entrevista fue publicada por el diario El Correo de Andalucía, hace unos días.

Amor clásico. Amor por lo clásico

El 6 de noviembre de 1936, el arquitecto Rafael Manzano, nacía en Cádiz. Es miembro de distintas instituciones académicas españolas y el año 2010 fue galardonado con el Premio Richard H. Driehaus de Arquitectura Clásica en Chicago. Su aportación a Andalucía ha sido extraordinaria.

 Cuando paseo las calles de cualquier ciudad y fijo la mirada en los edificios que van perfilando la fisonomía urbana, no puedo dejar de pensar en las miles de personas que viven allí, en las que lograron levantar esos inmuebles con un esfuerzo enorme y en aquellos que tuvieron una idea y la plasmaron en un plano. También pienso en lo maltratadas que están algunas ciudades en ese sentido. Hacer las cosas sin ton ni son o llevados por los gustos personales, que no van más allá de uno mismo para buscar el bien del conjunto, es algo que se deja notar en miles de ciudades.

 Somos miles de millones de ciudadanos los que vivimos en esos inmuebles que deberían tender a caerse y que, sin embargo, gracias a los conocimientos de los profesionales, suelen aguantar el paso de los años sin dificultad. La magia de la matemática, del diseño y del buen gusto.

 Rafael Manzano es un hombre sencillo, le invito a tomar asiento para poder charlar y le advierto que la conversación será como él quiera y llegará hasta donde él quiera. Es simpático y afable. Me dice sin dejar de sonreír: «Pues yo puedo llegar hasta más allá de lo prudente. Un médico cirujano, gran amigo mío, catedrático de quirúrgica, Salvador García Díaz, me decía siempre: ‘Cuantas veces te tendré que recordar que a solo dos órganos de la naturaleza humana ha puesto Dios frenillo’». Levanta la mano y dice: «Lo importante es que los entrevistados cantemos lo que tengamos que cantar».

Me propongo descubrir quién es Rafael Manzano a través de lo que ha hecho durante toda su vida, que no es otra cosa que arquitectura.

 Construir un edificio es construir una vida, digo para comenzar. Me gusta la metáfora, replica. Le confieso que soy escritor y abuso de ellas con frecuencia. Ríe. Quiero saber si eligiendo los edificios que ha hecho podríamos conocer su propia vida.

 «Sí, cada edificio de los que he hecho no están dentro de una línea concreta. De hecho luego me dicen, ‘he visto un edificio que tiene que ser tuyo’. Y unas veces lo es y otras no. Incluso, en alguna ocasión, puede ser un edifico que detesto y me atribuyen. La realidad es que cada edificio es un problema distinto. Siempre he pensado los edificios para un lugar y con una serie de motivaciones específicas para ese emplazamiento, para esa ciudad. El entorno es mi guía conductora. No creo en la obra genial de arquitectura, estoy muy en contra de ellas. Por lo tanto, cada uno de ellos ha dejado una huella en mi vida. Como toda obra de arte, cuando ya se está acabando, uno sólo le encuentra sus defectos. Y entonces, como después de un parto se produce una depresión, en mi caso con los edificios, se produce una manía hacia el edificio, una antipatía contra lo que uno ha terminado. Uno ve todos los defectos y no ve las virtudes».

Por tanto, si a usted le deja huella, al inquilino mucho más, supongo. Vivir en un edificio te puede cambiar la forma de entender el mundo, eso pienso.

 «Creo que sí. Tengo un fraternal amigo, Bernardino Fajardo, al que le hice una casa que luego él sufrió mucho porque le amargaron la existencia. Pero, a pesar de eso, él dice que su vida es mucho mejor porque se encuentra muy a gusto en su casa. Para mí eso es una de las alegrías más grandes que me pueden dar».

 Me interesa saber hasta qué punto el estado de ánimo del profesional influye en sus ideas.

 «No me atrevo a contestar eso. Por supuesto las motivaciones del arquitecto deben incidir en el diseño. Pero la ventaja del edificio es que suele tener un periodo de ejecución largo y entonces hay tiempo para mejorar, matizar, quitar elementos agresivos. Me gusta hacer los edificios con tranquilidad, sin urgencias».

 Lo mismo pasa con las novelas que escribimos los escritores. Al final, todo el arte comparte los mismos códigos.

 Le hablo del neoclásico de Cádiz, el gótico tardío de Jerez de la Frontera, del islámico de Granada; de cómo Sevilla ha perdido la esencia del edificio puramente sevillano. Cambia el gesto, los ojos de Rafael Manzano brillan con especial intensidad.

 «Cádiz es mi ciudad natal. Tengo nostalgia profundísima de ella. Restauré la Santa Cueva, un monumento importante que se remató por otros con mi colaboración. Hice una restauración elemental y sumaria. Pero, luego, no he hecho una obra hasta hace poco. Una casa que ha sido una enorme satisfacción. Allí me han hecho, indebidamente, hijo predilecto. Es lo más emocionante que me ha pasado. Mi madre era una gaditana fervorosa que me inculcó una gran nostalgia de Cádiz. Voy allí como si fuera a un santuario. Jerez para mí fue un lugar de aprendizaje. Porque allí estudié en los Marianistas. Me educaron profesores vascos, mi cultura elemental y primaria es fundamentalmente vascongada. Maravillosos. Con el Concilio Vaticano II, se salieron algunos, pero eran magníficos. En Jerez aprendí mucha arquitectura del gótico tardío porque allí es múltiple, fantástico y plural, de un ciclo muy largo que va desde los canteros que trabajaron en Santa Ana de Triana hasta el siglo XVII y XVIII. La colegiata de Jerez es una obra del gótico barroco, una cosa sorprendente. Allí aprendí mucho de arquitectura pétrea. Es una ciudad que me dijo, me dice y me transmite muchas cosas».



 Hace una pausa antes de hablar de Granada que, sin duda, tiene un componente sentimental más profundo si es que eso es posible.

 «Yo me enamoré en Granada. Mi madre era gaditana, pero por parte paterna tenía raíces allí. Un verano se empeñó en ir a Alhama de Granada. Allí conocí a mis dos primas. Una de ellas murió muy pronto y la otra fue mi mujer. Me enamoré de mi prima, pero me enamoré también de Granada, del arte nazarí. Luego tuve un maestro en la escuela de arquitectura de Madrid que había sido el gran restaurador de la Alhambra de Granada. A mí, lo islámico, el arte hispano musulmán, me interesó mucho. Yo he sido profesor de Historia del Arte en la Escuela de Arquitectura y, en cierto modo, mi especialización sobre lo medieval todavía se centra más en lo hispano musulmán. Por esto Granada me pesa todavía».

 Me cuenta que la última vez ha ido allí en un vehículo compartido con otros usuarios de una plataforma digital, porque está incomunicado. Y que le encanta porque se conoce gente fantástica. Quiere matizar algo.

 «Una de las cosas más dolorosas que he sentido como arquitecto es que los profesionales hemos destruido un patrimonio urbano sensacional del cual vivimos. Aplaudimos la llegada del turismo y al mismo tiempo destruimos lo que tenemos que enseñar al turismo. Arquitectos y políticos están a favor de la arquitectura ultra moderna porque lo otro es reaccionarismo, retardantismo... Estamos destruyendo las ciudades. Y Sevilla, en concreto, está maltratadísima. Desde siempre y a diario».

 ¿Un arquitecto puede saber de primera mano qué es eso del síndrome de Stendhal?

 «Mi primera visión de la Alhambra de Granada y de la Mezquita de Córdoba lo provocaron, ésta última todavía más. Es el mejor edificio de España y es donde nace todo el lenguaje de la arquitectura hispano musulmana».

 Hablamos de la arquitectura actual, de lo que representa respecto al componente clásico de la obra de Rafael Manzano.

 «He sido siempre un arquitecto maldito. Lo he sido para la Junta de Andalucía y para todos los alcaldes que han pasado por aquí, excepto para uno de ellos al que quise mucho y él me quiso mucho a mí. Y por él me quedé en Sevilla. Alguna vez me he arrepentido, pero le debo mucho a Sevilla igual que le debo muchos disgustos. Es lógico. La arquitectura es lo que me gusta hacer, es mi profesión; tanto como enseñarla. Cuando murió mi mujer y comenzó mi vejez definitiva, al mes justo, me dieron un gran premio, el más importante desde incluso el punto de vista económico, el Richard H. Driehaus de Arquitectura Clásica, en Chicago. Hay una gran demanda por parte de los arquitectos jóvenes de arquitectura que tenga un componente clásico frente a esta especie de locura que impulsan las escuelas de arquitectura modernas y todo el mundo en general».

Y la modernidad...

 «No quiero aventuras con la modernidad. Me dedico a restaurar edificios del pasado. Además, eso de querer hacer cosas geniales pase lo que pase... No podemos obligar a un pobre chico que llega del bachillerato, con un desconocimiento total de lo que es la arquitectura, a ser un genio. En los arquitectos de hoy falta autocrítica para saber si están haciendo una cosa verdaderamente genial o están destruyendo algo heredado magnífico que era, por ejemplo, la Sevilla de antaño o de los pueblos que nos rodean y forman la esencia de España. Es curioso que como aquí ha habido un desarrollismo enloquecido y dinero para dar y tomar, España es uno de los países más destruidos en su patrimonio artístico de Europa. Mira, el paisaje de autopista en algunos lugares se corrige, se ordena paisajísticamente una vez finalizada la obra. En España se construyen naves industriales en el campo que igual luego no sirven y se quedan allí semiderruidas. El paisaje es una de las cosas que más me duele de España. Despeñaperros, por ejemplo, lo hemos perdido».

 Lamento intensamente tener que mirar el reloj. Rafael Manzano desprende tranquilidad y sabiduría. Pero el minutero es implacable. Nos despedimos y nos emplazamos para tener otra conversación, cualquier otro día, tal vez paseando por Sevilla y disfrutando de cada edificio que veamos.

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