El Camino de los Ángeles, la historia de nuestros padres

Libros y publicaciones


El libro “El camino de los Ángeles” se presenta este martes, día 13 de mayo a las 5 de la tarde, en el IES Alhama.
 Confieso que compré el libro porque se trataba de la obra de una alhameña y con paisaje alhameño, que no es mal motivo, por cierto; pero la historia, las historias, que narra Inés Ruiz Molina en su libro me hubieran atrapado igual de haber transcurrido en otro entorno.

 Inés Ruiz Molina, según la biografía que aparece en la solapa del libro, es una alhameña nacida en 1958, que estudió en la Hermanas Mercedarias, hizo el bachillerato en el Colegio Libre Adoptado y completo su formación en la universidad de Granada en la especialidad de Farmacia. Continuó estudios en Córdoba y en la actualidad reside en Algeciras, ciudad en la cual trabaja en el Hospital Puerta de Europa, como especialista en Microbiología y Parasitología. Yo, por mi parte puedo añadir que es una magnifica escritora con un dominio exquisito del lenguaje, capaz de emocionar, asombrar y atrapar al lector, al que sumergirá en su recuerdos, o en los de sus padres o abuelos, según su edad.

 El camino de los Ángeles narra el encuentro entre Blanca, una adulta que recorre los lugares de su infancia, con Lola, una niña algo especial. A partir de ese encuentro, se entabla entre las dos una amistad llena de historias. Las que nos cuenta Inés, que son a la vez muy reales y mágicas, historias en las que se muestra la Alhama, pero podría ser cualquier otro pueblo de España, de la guerra y la posguerra, con la de nuestros días…o casi.

 En cualquier caso se trata de una novela fácil de leer, subyugante, llena de ideas y niveles de lectura en la que cada lector seguramente verá algo de su infancia, o de las de sus padres. Confieso que yo al leer lo de las aceituneras y ese “recogiendo aceitunas, se hacen las bodas…”me emocioné, porque conozco eso por tradición oral, de mis padres. Salivé con la descripción de la elaboración de la carne de membrillo o de las morcillas y me sentí reflejado ante la ilusión de la niña por la Feria Grande. Pero sobre todo me sentí intrigado por el misterio de Lola, esa niña que parece, algunas veces, tener la sabiduría de una abuela.

 Son muchas las cosas que podría añadir, pero prefiero que el lector se asome a El Camino de los Ángeles a través de la presentación que de la novela hace Inés Ruiz Molina para los lectores de Alhama Comunicación. Nadie mejor que ella para hablar de su infancia, que repito, es un poco la infancia de todos los que andamos en torno a la cincuentena.

Presentación de El camino de los Ángeles. Por Inés Ruiz Molina

 Quiero presentaros un libro creado con los recuerdos más lejanos que alcanza mi memoria, aunque algunos se han quedado en el tintero para siempre, o quién sabe si para otra vez. No tiene el valor histórico que le daría situarlo en el espacio y el tiempo de grandes acontecimientos. Nada de documentación. Y esto me ha favorecido. Mejor para mí, así me he ahorrado muchas visitas a bibliotecas y archivos. Tampoco conoce de tecnologías ni se menciona el nombre del pueblo. Lo siento por aquéllos que sé que tanto les gusta, aunque cualquiera de nosotros al leerlo podría identificar nuestra Alhama por muy lejos de ella que se encontrara. Sólo tiene muchos sentimientos, los míos, los que estando archivados, han ido aflorando a la superficie para ser identificados y descritos. Las historias que he ido encadenando, muchas veces han sido un pretexto para la descripción de un tipo de vida que se ha perdido, y que no está tan lejano en el tiempo, a pesar de que a los más jóvenes les puede hacer pensar que ni siquiera existió. Pero es verdad que la recogida de las aceitunas era oportunidad de enamorar. Que el paseo del Cisne era el lugar de encuentro de las incipientes parejas. Que nos pasábamos el verano subiendo y bajando los tajos por el adarve de las Angustias y las cuestas de los molinos para chapotear en el riachuelo y en la acequia alta. Es verdad que transitábamos, yo casi a diario, por el camino de los Ángeles para ir al palo de la hoz o a las viñas. Es verdad que teníamos un cine, el Cinema Pérez, en el que disfrutábamos de las películas del oeste y de las bodas con los pasteles y los roscos de viento de la confitería Espejo. ¿Y quién no compró en la tienda de Molina un duro de colonia de nardos, o de claveles? ¿Una peseta de mortadela para la merienda, brillantina para el pelo? Nos bañábamos en una tina de cinc los sábados por la tarde, y no todos, que en este pueblo siempre ha hecho mucho frío. Para combatirlo, a los niños nos daban vino del terreno. Se estrenaba cuando era el día del Señor. El baile era en el patio del Carmen y el abrigo no te lo ponías hasta el día de los Santos. Esto no estaba escrito en ningún sitio pero todo el mundo lo sabía.

 Mi libro no tiene más ambición que la de ser leído por todos los públicos y recibir con los brazos abiertos todas las críticas posibles. Pero tengo una pequeña debilidad por dirigirlo a todos mis coetáneos y también a los que tengan unos años más que yo, a ver si consigo que se den nuevamente un paseo por lo que creían olvidado. No es que desprecie la atención de los menores, pero estoy segura de que algunos de los episodios más reales a los jóvenes les sonarán a puro cuento y posiblemente se equivoquen.

 Me ha hecho mucho bien recordar aquéllos años, tan felices para mí sin saberlo, por la falta de pesares, de problemas políticos y sociales. Y no porque no los hubiera, sino porque no me correspondía asumirlos. No sabéis cómo la creación de estas historias me ha acercado a personas que ya se fueron.

 Mi infancia no fue imaginaria, pero sí que la llené con mucha imaginación. Y con la vida lo sigo haciendo. La fantasía, eso que se pierde prematuramente, por suerte sigue viva en mí y me ha permitido hacer un viaje a un tiempo que también fue mío, como el de ahora, porque realmente existió. Puede que mis historias hayan nacido como una acción preventiva contra el olvido enfermizo, es una disciplina en mi forma de vida: recordar, inventar, imaginar. Y hacerlo tantas veces que no te importe si lo viviste o lo soñaste.

 Este es el gran ejercicio que me impuse para la creación de todas estas historias.

 Deseo que lo leáis, que lo disfrutéis y que seáis indulgentes.