Juan Antonio Haro ofrece un original pregón de Semana Santa en Jayena, con el Pino de las Cinco Ramas como protagonista



Se le propuso que este año fuera el pregonero de Semana Santa dándole libertad para hablar de lo que quisiese al tiempo que le explicó la historia del pino de las cinco ramas.



 El jayenero Fernando de Cara Sánchez compartió estudios con el durqueño Juan Antonio Haro en el Seminario Redentoristas. En la actualidad comparten grupo de WhatsApp donde Juan Antonio comparte de vez en cuando algunas de sus creaciones poéticas por lo que Fernando le propuso que este año fuera el pregonero de Semana Santa dándole libertad para hablar de lo que quisiese al tiempo que le explicó la historia del pino de las cinco ramas.

 A partir de ahí y sabiendo que «todos los pueblos agrícolas tienen la misma base», junto con información localizada en Internet comenzó a darle forma. «Como yo no conozco Jayena se me ocurrió hacer que fuera el Pino de las Cinco Ramas el que las contara», cuenta el original pregonero que entiende que su texto tiene el mérito de estar compuesto por un forastero. Al resultar corto añadió varios de sus poemas que se incluyeron en el cuadernillo que se repartió entre los asistentes. 

 Juan Antonio Haro Molina (1948) es un durqueño conocido por sus obras artísticas realizadas con calabazas de agua que tiene siete libros escritos, cinco de ellos publicados: ‘La vida en verso’ (2006), ‘Año de paso’ (2007), ‘Más que agua’ (2010), ‘Dúrcal, 1957’ (2013) y ‘Dúrcal, retazos de memoria’ (2016). Entre otras exposiciones, en el Corpus de 2015 expuso 30 obras artísticas, entre cuadros en relieve y esculturas, que tenían la singularidad de estar realizadas con distintas variedades de calabazas de agua y en 2017 mostró en el Centro Artístico de Granada otra colección de sus calabazas con el nombre de ‘Mujeres con sombrero’.



 

Pregón de la Semana Santa de Jayena

(Seis de abril de 2019)
Juan Antonio Haro Molina



“Todos los días son fiesta de todos los santos,
de todos los buenos, de todos los malos,
de todos los negros, de todos los blancos,
de todos los tontos, de todos los sabios,
de todos los feos, de todos los guapos...
Todas las fiestas de moros son de los cristianos
y todos los hombres del mundo son primos hermanos.”

En la madrugada del once de diciembre de 2.017 el Pino de las Cinco Ramas sufrió la embestida mortal de una tormenta y amaneció tirado en el suelo, destrozado y cubierto de nieve.

“Mutilado por los golpes
de tormentas y nevadas
el gigante de los montes
falleció de madrugada.
Abrumado por la historia
de una tierra noble y brava,
murió perdiendo la guerra
pero ganando batallas.
Son el signo de unos tiempos
que derriban y que arrastran
aunque queda en la memoria
de la gente la esperanza.”

Decid, jayeneros,
¿quiénes no recuerdan
esas cinco ramas
enormes, inmensas...
esas cinco manos
amigas y eternas?

Esos pies gigantes
rasgando la tierra,
desafiando al viento
de airadas tormentas,
soportando lluvias,
los rayos, las nieblas...
los duros inviernos
tras esas panderas.

Esas cinco nubes
bajo las estrellas,
esas cinco cruces
llevadas a cuestas,
y esas cinco yagas
que siguen abiertas.
¿Quién, siendo arriero,
ya no las recuerda?

Cinco grandes alas
de plumas pequeñas,
cinco torres verdes,
cinco cabañuelas
donde los pastores
guardan las ovejas
buscando el refugio
de una sombra fresca.

A ese viejo amigo,
¿quién no lo recuerda?

Le llegó la muerte
de mala manera
y acabó en el suelo
con las tripas fuera.
No murió de viejo,
se murió de pena.

Ahora son sus brazos
tablas de una mesa
y quizá su cuerpo
pose en una iglesia
transformado en ángel
de pies a cabeza.

¿Quién guardó semillas,
quién sembró macetas?
Se nos fue la historia
viva de Jayena.
Él la conocía
mejor que cualquiera
y ahora, desde el cielo,
viene y nos la cuenta:

“Los largos caminos
y estrechas veredas,
los campos perdidos,
los montes y vegas
de parras y olivos,
de almendros e higueras,
de vino y de aceite,
de trigo y de almendras.
¡Jayena, Jayena…!
Yo vi a tus olivos
crecer entre peñas.

Manadas de cabras,
rebaños de ovejas
y arando los campos
las yuntas de bestias.
Las rojas perdices
cantando en las eras,
gazapos saliendo
de sus madrigueras...
¡Jayena, Jayena…!
Manadas de cabras,
rebaños de ovejas.

Sierra de Almijara,
Prados de Lopera...
los viejos pinares
sembrados de setas
con fuentes y ríos
y arroyos de pesca
que bajan cantando
canciones de fiesta.
¡Jayena, Jayena…!
Sierra de Almijara,
de Alhama y Tejeda.

Fuente del Quejigo
que brota entre piedras
donde los labriegos
sus botijos llenan
de un agua bendita,
cristalina y fresca.
Ya me gustaría
tenerla bien cerca.
¡Jayena, Jayena…!
Fuente del Quejigo
grandiosa y pequeña.

Regresar del monte
con un haz de leña
y encender el fuego
de la chimenea,
calentar el agua,
dejarla que hierva,
sacar al marrano
de la marranera.
¡Jayena, Jayena…!
Pasar el invierno
pegado a la hoguera.

Salar los jamones
con sal de la gruesa,
cocer la cebolla,
lavar la caldera,
colgar las morcillas
en las azoteas…
Santa Rita, Rita...
¡que llueva, que llueva!
Jayena, Jayena…
Probar los jamones
de higos a brevas.

Yo he visto a tus hijos
coger la maleta
y con amargura
marchar hacia fuera.
Paisanos amigos,
quisiera que sepan
que aquí estamos todos
con la puerta abierta.
¡Jayena, Jayena…!
Que los que se fueron,
sin tardanza, vuelvan.

Hombres y mujeres
siempre en la tarea
y ellas además
con la casa a cuestas,
con la ropa limpia,
con la mesa puesta,
con el uniforme
blanco de enfermera.
¡Jayena, Jayena…!
No podrás pagarles
nunca tanta deuda.

La gente devota
pisando la iglesia
donde hay una Virgen
y un Santo a su vera,
patrona y patrono
de esta tierra nuestra:
San José y La Virgen...
¡menuda pareja!
¡Jayena, Jayena…!
Vaya semanita
de abril que te espera.

También he sabido,
sobre una marquesa,
que ocupaba un palco
sobre la cabeza
del cura que oficia
la misa y que reza.
Sobre estas paredes
tenemos la prueba.
Jayena, Jayena…
Yo me hago preguntas
que nadie contesta.

Hablemos tan solo
de las cosas buenas:
de niños y niñas
que van a la escuela
y de sus abuelos
y de sus abuelas
y de sus maestros
y de sus maestras.

Hablemos del Santo
de Padua y Jayena,
del Bacal, el sitio
donde se merienda
y hablemos si quieren
de una buena cena
y un jarro de mosto,
de una Noche Buena...
Del choto al ajillo,
con salsa de almendras
o de la morcilla
frita recién hecha
y del lomo en orza
guardado en manteca
o del generoso
plato de la sierra…
¡Jayena, Jayena…!
Enterrad el hacha
de vuestras contiendas.

Por hoy me despido;
les dejo en presencia
de un buen hortelano,
cordial y poeta
que aunque no es del pueblo,
como si lo fuera.

Le paso el testigo,
gustoso, a la orquesta.
¡Jayena, Jayena…!
¡Que vivan tus gentes,