Miguel Padial -Campanito-, historia de un maqui alhameño

Reportajes

Los maquis llegan a la universidad. La Complutense recibe a los guerrilleros que se organizaron en el monte para luchar contra el régimen franquista.

26/10/2006.- A los nueve años Quico iba y venía por los campos y las calles de su pueblo leonés. Allá dejaba un trapo enganchado en una pared, acá colgaba una camisa blanca. Señales para la guerrilla antifranquista.

 Amadora, con 16 años, cambió de nombre para llamarse Rosita y echarse al monte. Su hermana Esperanza era Sole y Remedios, su amiga del alma escondida entre los brezos, respondía por Celia.

 Cuando Miguel Padial salió de la cárcel conoció a Amadora, con la que vive. Cuando estaba en el maquis era Campanito y se sonríe cuando cuenta que reventaban las empresas eléctricas del dictador.

 Campanito, Rosita y Quico estuvieron ayer explicando a los alumnos de la Universidad Complutense cómo fueron aquellos años de maquis. De día, escondidos en los matojos, durmiendo mientras otros compañeros hacían guardia, entre pieles de animales, sin cambiarse de ropa. De noche, con las mochilas a cuestas, de marcha. Necesitaban alimentos, medicinas, sobrevivir de puntillas, sirviéndose de enlaces que a veces eran traidores. 

 En casa de Rosita "era rojo hasta el perro; cuando se acercaba la Guardia Civil se deshacía en ladridos, pero cuando se abría la puerta para que entraran los guerrilleros huidos ni piaba", dice. El padre, viudo, cogió a las tres niñas y se fueron al monte. "Cuando llegamos, yo no sabía ni hacer la o con un canuto, pero allí nos enseñaron a escribir y a leer. El único lema de los guerrilleros era que a las niñas no las cogieran ni vivas ni muertas". Pero las apresaron y Rosita, Celia y Sole pasaron años de cárcel; 15 años pasó Sole y ocho, Rosita. Antes habían matado al padre. "El día que nos enteramos lo único que dijimos fue: es un camarada más que ha caído en la lucha, no nos desmoraliza, sino que nos da más coraje para luchar". Cuando aquella guerrilla de la zona de Cuenca y Levante se deshizo y detuvieron a Rosita, le dejaron la cara "como a un monstruo". "Me dieron hostias 15 días seguidos, a derecha y a izquierda, echaba sangre a chorros", dice ahora, como la que cuenta una historia ficticia, sin drama.

 No abandonaron la lucha. Cuando Campanito salió de la cárcel en Madrid, Rosita le sirvió de enlace, de refugio, y desde entonces fue su "compañera". Así la presenta todavía. Miguel Padial es de Alhama de Granada, y allí se desarrolló su lucha, a la luz del comunismo. Muchos como él lucharon por la misma causa, la de la libertad y la República. Boicoteaban las empresas de electricidad, había que ahogar al franquismo. Así que cogían la dinamita y todo saltaba por los aires. Las inmisericordes cárceles de la época robaron 11 años a Campanito; en Granada, en Puerto de Santa María y en Alcalá de Henares penó sus días de maquis después de 1949.

 Después, en los sesenta le detuvieron por tener propaganda para animar el Primero de Mayo y le cayeron otros seis años: estuvo cuatro, dos en Carabanchel y otros dos en Segovia

 En León, el niño Quico se hizo mayor y cogió un fusil. "Nos derrotaron militarmente, pero mi dignidad no está afectada. Defendíamos la República, mi madre aprendió a leer con las misiones pedagógicas, mi padre era agricultor y había una reforma agraria en marcha, había que defender los derechos de los mineros: yo mamé todo aquello, los idealizaba", recuerda. Se ríe cuando le preguntan la edad. No es para menos, tiene 81 años tan bien llevados que los firmaría cualquiera. De joven iban por los pueblos, en la muy organizada zona de León y Galicia. "Cogíamos al alcalde, neutralizábamos al falangista, si lo había, y soltábamos el mitin en la plaza". Saboteaban las calderas donde se cocía el carbón y la brea que se usaba para las locomotoras y dejaban amordazado al vigilante, que, en realidad, estaba compinchado. Y, si había suerte, los trenes de carne y wolframio no llegaban a Alemania. Quico vio caer a muchos compañeros. Él luchó en combate, pero no mató a nadie, dice. "Lo hubiera hecho de ser necesario, pero no se dio el caso".

Redes de solidaridad

 La resistencia antifranquista sembró de nombres de guerra los montes españoles: hombres y mujeres que fueron cayendo como conejos acorralados, sin posibilidades de ganar, ni de escapar. Dieron mucha lata al régimen de Franco, pero al dictador debió interesarle más matarles que dejarles marchar, porque muchos habrían salido al extranjero si no les hubieran cerrado las puertas. A pesar de ello, algunos pasaron a Francia, otros a Portugal. Así lo explicaron ayer varios expertos que participaron en las jornadas organizadas por la cátedra de la Memoria Histórica de la Universidad Complutense. En el salón de actos de la Facultad de Historia los estudiantes tomaban notas sentados en el suelo, no había sillas suficientes.

 El director de la cátedra, Julio Aróstegui, leyó algunos párrafos del experto Secundino Serrano, que no pudo asistir, donde se relatan las distintas fases por las que pasó la resistencia. En un primer momento los que se echaron al monte sólo huían de la represión, después se organizaron bajo la estrategia de los partidos. "El Gobierno republicano no quiso o no pudo agrupar a todos ellos en la retaguardia" de los vencedores. Aunque sí se formó un cuerpo del ejército guerrillero que recibió un curso de ocho semanas. Se trataba atacar las comunicaciones, hacer "acciones especiales" y dificultar el avituallamiento.

 "Sobrevivieron gracias a las redes de solidaridad hasta que la guerra fría laminó los sueños de democracia", leyó Aróstegui. Los cadáveres de algunos de ellos se tiraban en la plaza del pueblo como ejemplo de lo que sabía hacer el régimen.

CARMEN MORÁN  -  Madrid
EL PAÍS - 26-10-2006


Nota: Texto del diario El País e ilustraciones seleccionada por ALHAMA COMUNICACIÓN. Maquis en el monte, mapa de las principales zona de concetración de maquis y ayudando a liberar Francia. 

La historia de Miguel Padial

A Miguel Padial ya hacía referencia Ignacio Benítez en el último anuario del Patronato. En concreto el comentario, se refiería a una cita textual del libro "El maquis. El canto del Buho" (Madrid, 2002), de Alfonso Domingo:

"...
 Miguel Nació en Alhama de Granada, cerca de Loja. Tenía 17 años cuando acabó la Guerra civil. La guerra desperdigó a su familia, con su padre en la carcel condenado a muerte y con varias hermanas pequeñas que su madre tuvo que dejar para que las atendieran en un convento. Se tiró tres años de servicio militar en el ejercito franquista, en Ingenieros, en el Campo de Gibrartar, un tiempo que recuerda aún más mísero que el que pasó en su pueblo, sin trabajo, teniendo que salir al monte para recoger gavillas de leña por 25 céntimos. Al final probó suerte en Barcelona. Allí estaba trabajando en 1947 cuando entró en contacto  con un conocido del pueblo que estaba en la guerrilla. Despues de una larga conversación , deslumbrado por lo que el otro le contaba, Miguel decidió también incorporarse a los que luchaban en la sierra, en su tierra. Primero llegó a Granada y de ahí a las Sierras de Loja y Almijara.
...
 Miguel Padial estuvo en la guerrilla dos años. En ese tiempo se dedicaron a la propaganda y a la lucha de guerrillas. Se hacía mítines en los pequeños pueblos, y también realizaban asaltos y secuestros. "

 A partir de aquí relata la vida en la guerrilla, el final de la agrupación Roberto, el suceso de Cerro Lucero, la limpieza del Capitan Limia, cuando fué detenido en Barcelona cuando iba con un grupo para Francia, y fue condenado a 30 años, de los cuales cumplió 11 en Granada, el Puerto de Santa María y Alcalá de Henares, cumpliendo otros cuatro en 1968.

 Existe un documental sobre su vida y la de su compañera Amadora ("Amada y Miguel, dos vidas de lucha por la libertad").

 Es un ejemplo de los muchos alhameños que tuvieron que irse de esta tierra. Hay más, vivos ya cada vez menos. No debe olvidarse que la propia corporación municipal "nacional" que se instaura en Alhama en sus primeras sesiones reconoce que la población desciende a un 50%, como consecuencia de las huidas que se producen.

Ignacio F. Benítez Ortúzar