Saberes populares


Batas de cola y camisas con chorreras aparte, en nuestro pueblo existe todo un universo folclórico que debemos conservar y trasmitir a nuestros herederos.

 Afortunadamente todo no  está en los libros e internet y hay cosas que para aprenderlas se necesita acudir a nuestros mayores: Aliñar unas aceitunas, hacer un bizcocho o elaborar una carne de membrillo según las reglas del arte; son cosas que se pueden consultar en internet, cierto, pero para llegar a la adecuada realización del producto, se necesita algo más que saber como se hace, se necesita saber hacerlo, que no es lo mismo.

 Hay cosas, como la historia de España, que solo se puede aprender en los libros, otras en cambio  precisan el concurso de la experiencia del enseñante y del entusiasmo y la perseverancia del aprendiz, y de la practica, por supuesto, como solía decir un maestro de mi escuela  “cortando tal, se aprende a capador”. Mismamente. Y ahí es donde entra la sabiduría popular de nuestros mayores y el lento proceso de transmisión de recetas y procedimientos culinarios o las letras de nuestros carnavales, las coplillas de los “merceores” en la candelaria. Usos , costumbres, saberes y tradiciones que son nuestros de toda la vida, que se han incorporado al acervo popular.

 Tradiciones, como la Romería del vino, que no por moderna deja de ser ya una tradición,leyendas como la de la Ermita de los Ángeles, historias de “la gente la sierra” letras de fandangos de Alhama....

 Y para cuidar de ese patrimonio, no por intangible menos valioso, lo mejor es seguir cantando fandangos jameños, comiendo olla en la Romeria y seguir empujando a las niñas, aunque tengan sesenta años en los” merceores.” Tampoco está de más que los niños dejen de vez en cuando los ordenadores, las consolas de video juego y los móviles y se sienten un rato a hablar con sus abuelos o se pongan juntos a hacer un bizcocho para la merienda.

 Y es que en esta vida es preciso aprender de todo y de todos, de los maestros, de los libros, de los padres, de los abuelos, de los amigos, de la propia experiencia del vivir diario. Pero eso es solo una parte, luego está el proceso de enseñar esos saberes. Que es ésta riqueza extraña, pues cuanto más se da y se comparte, mas se tiene de ella, no mengua si no que se aumenta con su trasmisión y , en estos tiempos es un valor seguro por el que vale la pena apostar.